
La lluvia moja los cristales de la memoria. Nos trae sonrisas de tardes de café y paraguas, viajando en el tiempo como si estuviéramos dominando el universo desde la perspectiva más alejada de la realidad. Después sale el sol y toca volver a poner los pies en la tierra. Y es entonces cuando caigo de bruces sobre la hierba mojada y apenas puedo levantar la mirada para descubrir un mundo ante mis ojos. Quizás todo fuera más fácil si tuviera entre mis manos el reloj del tiempo que domina el devenir de los días. O quizás escondiera bajo las sábanas la certeza del universo bajo efímeros segundos que muestran tardes de primavera con momentos que guardar en los bolsillos. Pero lo cierto es que ahora no toca pensar…ahora no.