domingo, 5 de diciembre de 2010

Diciembre



Si supieras, diciembre, que me duele la piel, me traerías días con ungüentos de eneldo y lavanda para esta alma en sequía. Si supieras tú, diciembre de musgo y paisajes nevados, que he cometido tantos errores desde la última vez que me encontré contigo, no darías crédito a las mañanas que humedecen los cristales con momentos de antaño y estampas con sabor a tardes perdidas de paseos bajo los sauces.
Ni te imaginas las noches de verano, ni tan siquiera cómo llegó este septiembre que exprimió los últimos días del hastío de una manera cruel y sin piedad.
Por eso, diciembre de tardes cortas y castañas asadas, te pido que traigas sábanas de alegría, y que tus ojos negros no se lamenten por el escaso brillo de mis lágrimas.

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