
Cuando lancé una mirada la encontré dormida plácidamente sobre la blanca sábana. Su rostro risueño encajaba con el rojo abanico que tenía entre las manos y que reposaba sobre sus pechos, mientras que su pelo ondeaba suelto, sin algún recogido que pudiera mantener preso sus cabellos. Sobre sus muslos, pequeñas piezas de fruta: naranjas, uvas, ciruelas…aunque sin duda, la más bella fruta era ella que, dormida, ni se inmutó de una mirada que clavó los ojos en su cuerpo y en cada uno de sus detalles.